Ahora que millones de peruanos estamos saliendo de la pobreza gracias al crecimiento económico que genera el libre mercado, no debemos olvidar que la prosperidad que disfrutamos hoy hubiese sido imposible sino se pacificaba antes el país. Nadie hubiese invertido un solo dólar en el Perú sin un clima de inversión propicio.
Ambos logros, crecimiento económico y la paz, nos costaron sangre, sudor y lágrimas, literalmente. El pueblo peruano asumió con estoicismo los costos que demandaron ambos procesos: El necesario e inevitable ajuste que estabilizó la economía devastada por el estatismo, y las medidas de seguridad extraordinarias que hubo que aplicar para acabar con el terrorismo. El pueblo se sacrificó durante años y ahora cosecha los frutos de ese sacrificio. Tenemos que reconocerlo. Sigue leyendo